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¿ Qué es la Semana Santa ?

La Semana Santa, conocida también como Semana Mayor, es un período de ocho días que comienza con el Domingo de Ramos y culmina con el Domingo de Resurrección.

Con la Semana Santa, el cristiano conmemora el Triduo Pascual, es decir, los momentos de la Pasión, la Muerte y la Resurrección de Jesucristo.

La Semana Santa está precedida por la Cuaresma, en que se recuerda el tiempo de preparación de 40 días que pasó Jesucristo en el desierto.

Las celebraciones centrales de la Semana Santa son Jueves Santo, Viernes Santo, Sábado Santo y Domingo de Resurrección.

La Semana Santa es un tiempo para dedicarse a la oración y reflexionar sobre Jesucristo y los momentos del Triduo Pascual, pues Jesús, con su infinita misericordia, decide tomar el lugar de los hombres y recibir el castigo para liberar a la humanidad del pecado.

Además, la Semana Santa es el tiempo ideal para que el ser humano medite sobre sus acciones y los cambios que debe realizar en su día a día para acercarse más a Dios y cumplir con sus mandamientos.

Durante la Semana Santa, el católico cumple con diversos actos, como procesiones, la escenificación del drama de la Pasión, la Muerte y la Gloriosa Resurrección de Cristo, entre otros.

Los penitentes se someten a duras cargas como símbolo de su autosacrificio y, en el día Viernes Santo, los fieles deben de guardar ayuno y abstenerse de comer carne.

Triduo Pascual de Semana Santa

Como Triduo Pascual se denominan los tres días de la Semana Santa en que se conmemora la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo: Inicia el Jueves Santo, Viernes Santo, Sábado Santo, y finaliza con el Domingo de Resurrección..

El Triduo Pascual, en este sentido, concentra los momentos más importantes del año litúrgico en el cristianismo.

JUEVES SANTO

Jueves Santo

En el Jueves Santo recordamos la última cena de Jesús con sus discípulos, en donde ocurre la fracción del pan y con esto la institución de la eucaristía y el orden sacerdotal.

La liturgia del Jueves Santo es una invitación a profundizar concretamente en el misterio de la Pasión de Cristo, ya que quien desee seguirle tiene que sentarse a su mesa y, con máximo recogimiento, ser espectador de todo lo que aconteció ‘en la noche en que iban a entregarlo’. Y por otro lado, el mismo Señor Jesús nos da un testimonio idóneo de la vocación al servicio del mundo y de la Iglesia que tenemos todos los fieles cuando decide lavarle los pies a sus discípulos.

Entre los detalles que hacen diferente a la Misa de la Celebración de la Cena del Señor a otras misas durante el año es que en esta se incluye una parte donde se lavan los pies a los apóstoles representado por doce niños o ancianos de la comunidad.

En esta parte de la misa resalta la importancia tan grande que tiene el servicio al prójimo.

En este sentido, el Evangelio de San Juan presenta a Jesús ‘sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía’ pero que, ante cada hombre, siente tal amor que, igual que hizo con sus discípulos, se arrodilla y le lava los pies, como gesto inquietante de una acogida incansable.

San Pablo completa el retablo recordando a todas las comunidades cristianas lo que él mismo recibió: que aquella memorable noche la entrega de Cristo llegó a hacerse sacramento permanente en un pan y en un vino que convierten en alimento su Cuerpo y Sangre para todos los que quieran recordarle y esperar su venida al final de los tiempos, quedando instituida la Eucaristía.

La Santa Misa es entonces la celebración de la Cena del Señor en donde Jesús, la víspera de su pasión:

Mientras cenaba con sus discípulos tomó pan…

(Mt 26, 26)

Él quiso que, como en su última Cena, sus discípulos nos reuniéramos y nos acordáramos de Él bendiciendo el pan y el vino:

Después tomó pan y, dando gracias, lo partió y se lo dio diciendo: «Esto es mi cuerpo,que es entregado por ustedes. Hagan esto en memoria mía.»

(Lc 22,19)

Antes de ser entregado, Cristo se entrega como alimento. Sin embargo, en esa Cena, el Señor Jesús celebra su muerte: lo que hizo, lo hizo como anuncio profético y ofrecimiento anticipado y real de su muerte antes de su Pasión.

Fíjense bien: cada vez que comen de este pan y beben de esta copa están proclamando la muerte del Señor hasta que vuelva.

(1 Cor 11, 26)

De aquí que podamos decir que la Eucaristía es memorial no tanto de la Última Cena, sino de la Muerte de Cristo que es Señor, y «Señor de la Muerte», es decir, el Resucitado cuyo regreso esperamos según lo prometió Él mismo en su despedida:

«Dentro de poco ya no me verán, y después de otro poco me volverán a ver.»

(Jn 16,16)

Como dice el prefacio de este día: «Cristo verdadero y único sacerdote, se ofreció como víctima de salvación y nos mandó perpetuar esta ofrenda en conmemoración suya». Pero esta Eucaristía debe celebrarse con características propias: como Misa «en la Cena del Señor».

En esta Misa, de manera distinta a todas las demás Eucaristías, no celebramos «directamente» ni la muerte ni la Resurrección de Cristo. No nos adelantamos al Viernes Santo ni a la Noche de Pascua.

El Jueves Santo celebramos la alegría de saber que esa muerte del Señor, que no terminó en el fracaso sino en el éxito, tuvo un por qué y para qué: fue una «entrega», un «darse», fue «por algo» o, mejor dicho, «por alguien» y nada menos que por «nosotros y por nuestra salvación» (Credo).

Nadie me quita la vida, había dicho Jesús, sino que Yo la entrego libremente. Yo tengo poder para entregarla.

(Jn 10,18)

esto es mi sangre, la sangre de la Alianza, que es derramada por muchos, para el perdón de sus pecados.

(Mt 26,28)

Por eso esta Eucaristía debe celebrarse lo más solemnemente posible, pero, en los cantos, en el mensaje, en los signos, no debe ser ni tan festiva ni tan jubilosamente explosiva como la Noche de Pascua, noche en que celebramos el desenlace glorioso de esta entrega, sin el cual hubiera sido inútil; hubiera sido la entrega de uno más que muere por los pobres y no los libera. Pero tampoco esta Misa está llena de la solemne y contrita tristeza del Viernes Santo, porque lo que nos interesa «subrayar» en este momento, es que:

¡Así amó Dios al mundo! Le dio al Hijo Único para que quien cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna .

(Jn 3, 16)

Y que el Hijo se entregó voluntariamente a nosotros, muriendo en una cruz ignominiosa.

El Jueves Santo hay alegría y la Iglesia rompe la austeridad cuaresmal cantando el «gloria»: es la alegría del que se sabe amado por Dios, pero al mismo tiempo es sobria y dolorida, porque conocemos el precio que le costamos a Cristo.

Podríamos decir que la alegría es por nosotros y el dolor por Él. Sin embargo predomina el gozo porque en el amor nunca podemos hablar estrictamente de tristeza, porque el que da y se da con amor y por amor lo hace con alegría y para dar alegría.

Podemos decir que hoy celebramos con la liturgia La Pascua, pero la de la Noche del Éxodo (Ex 12) y no la de la llegada a la Tierra Prometida (Jos. 5, 10-ss).

Hoy inicia la fiesta del «triduo pascual», es decir de la lucha entre la muerte y la vida, ya que la vida nunca fue absorbida por la muerte pero si combatida por ella. Hoy es el himno a la lucha pero de quien lleva la victoria porque su arma es el amor.

En este día, los católicos realizamos la visita de los 7 templos o iglesias, con el objetivo de agradecer a Dios el don de la eucaristía y sacerdocio.

Vea aquí la Guía para las Oraciones en la Visita a los 7 Templos

VIERNES SANTO

Viernes Santo

La tarde del Viernes Santo presenta el drama inmenso de la muerte de Cristo en el Calvario. La cruz erguida sobre el mundo sigue en pie como signo de salvación y de esperanza.

Con la Pasión de Jesús según el Evangelio de Juan contemplamos el misterio del Crucificado, con el corazón del discípulo amado, de la Madre, del soldado que le traspasó el costado. 

San Juan, teólogo y cronista de la pasión nos lleva a contemplar el misterio de la cruz de Cristo como una solemne liturgia. Todo es digno, solemne, simbólico en su narración: cada palabra, cada gesto. La densidad de su Evangelio se hace ahora más elocuente.

Y los títulos de Jesús componen una hermosa Cristología. Jesús es Rey. Lo dice el título de la cruz, y el patíbulo es trono desde donde el reina. Es sacerdote y templo a la vez, con la túnica inconsútil que los soldados echan a suertes. Es el nuevo Adán junto a la Madre, nueva Eva, Hijo de María y Esposo de la Iglesia. Es el sediento de Dios, el ejecutor del testamento de la Escritura. El Dador del Espíritu. Es el Cordero inmaculado e inmolado al que no le rompen los huesos. Es el Exaltado en la cruz que todo lo atrae a sí, por amor, cuando los hombres vuelven hacia Él la mirada.

La Madre estaba allí, junto a la Cruz. No llegó de repente al Gólgota, desde que el discípulo amado la recordó en Caná, sin haber seguido paso a paso, con su corazón de Madre el camino de Jesús. Y ahora está allí como madre y discípula que ha seguido en todo la suerte de su Hijo, signo de contradicción como El, totalmente de su parte. Pero solemne y majestuosa como una Madre, la madre de todos, la nueva Eva, la madre de los hijos dispersos que ella reúne junto a la cruz de su Hijo. Maternidad del corazón, que se ensancha con la espada de dolor que la fecunda.

La palabra de su Hijo que alarga su maternidad hasta los confines infinitos de todos los hombres. Madre de los discípulos, de los hermanos de su Hijo. La maternidad de María tiene el mismo alcance de la redención de Jesús. María contempla y vive el misterio con la majestad de una Esposa, aunque con el inmenso dolor de una Madre. Juan la glorifica con el recuerdo de esa maternidad. Ultimo testamento de Jesús. Ultima dádiva. Seguridad de una presencia materna en nuestra vida, en la de todos. Porque María es fiel a la palabra: He ahí a tu hijo.

El soldado que traspasó el costado de Cristo de la parte del corazón, no se dio cuenta que cumplía una profecía y realizaba un último, estupendo gesto litúrgico. Del corazón de Cristo brota sangre y agua. La sangre de la redención, el agua de la salvación. La sangre es signo de aquel amor más grande, la vida entregada por nosotros, el agua es signo del Espíritu, la vida misma de Jesús que ahora, como en una nueva creación derrama sobre nosotros.

La celebración

Hoy no se celebra la Eucaristía en todo el mundo. El altar luce sin mantel, sin cruz, sin velas ni adornos. Recordamos la muerte de Jesús. Los ministros se postran en el suelo ante el altar al comienzo de la ceremonia. Son la imagen de la humanidad hundida y oprimida, y al tiempo penitente que implora perdón por sus pecados.
Van vestidos de rojo, el color de los mártires: de Jesús, el primer testigo del amor del Padre y de todos aquellos que, como él, dieron y siguen dando su vida por proclamar la liberación que Dios nos ofrece.

Desde 1955, cuando lo decidió Pío Xll en la reforma que hizo de la Semana Santa, no sólo el sacerdote -como hasta entonces – sino también los fieles pueden comulgar con el Cuerpo de Cristo.

Aunque hoy no hay propiamente Eucaristía, pero comulgando del Pan consagrado en la celebración de ayer, Jueves Santo, expresamos nuestra participación en la muerte salvadora de Cristo, recibiendo su «Cuerpo entregado por nosotros».

Este día, los fieles del catolicismo guardan ayuno y abstinencia de carne como penitencia, y se recorren las estaciones del Via Crucis

Vea aquí la Guía para las Oraciones en el Via Crucis

SÁBADO SANTO

Sábado Santo

El Sábado Santo es el día que media entre la muerte y la resurrección de Jesús. Se lleva a cabo una vigilia pascual, en la cual se acostumbra bendecir el agua y encender las velas en señal de la resurrección de Jesús, que acontece la madrugada del domingo.

«Durante el Sábado santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y su muerte, su descenso a los infiernos y esperando en oración y ayuno su resurrección.

Es el día del silencio: la comunidad cristiana vela junto al sepulcro. Callan las campanas y los instrumentos. Se ensaya el aleluya, pero en voz baja. Es día para profundizar. Para contemplar. El altar está despojado. El sagrario, abierto y vacío.

La Cruz sigue entronizada desde ayer. Central, iluminada, con un paño rojo, con un laurel de victoria. Jesús ha muerto como hombre, ha querido vencer con su propio dolor el mal de la humanidad.

Es el día de la ausencia. El Esposo nos ha sido arrebatado. Día de dolor, de reposo, de esperanza, de soledad. El mismo Cristo está callado. Él, que es el Verbo, la Palabra, está callado. Después de su último grito de la cruz «¿por qué me has abandonado»?- ahora él calla en el sepulcro.Descansa: «consummatum est», «todo se ha cumplido».

Pero este silencio se puede llamar plenitud de la palabra. El anonadamiento, es elocuente. «Fulget crucis mysterium»: «resplandece el misterio de la Cruz.»

El Sábado es el día en que experimentamos el vacío. Si la fe, ungida de esperanza, no viera el horizonte último de esta realidad, caeríamos en el desaliento: «nosotros esperábamos… «, decían los discípulos de Emaús.

Es un día de meditación y silencio. Algo parecido a la escena que nos describe el libro de Job, cuando los amigos que fueron a visitarlo, al ver su estado, se quedaron mudos, atónitos ante su inmenso dolor: «se sentaron en el suelo junto a él, durante siete días y siete noches. Y ninguno le dijo una palabra, porque veían que el dolor era muy grande» (Job. 2, 13).

Eso sí, no es un día vacío en el que «no pasa nada». Ni tampoco un duplicado del Viernes. La gran lección es ésta: Cristo está en el sepulcro, ha bajado al lugar de los muertos, a lo más profundo a donde puede bajar una persona. Y junto a Él, como su Madre María, está la Iglesia, la esposa. Callada, como él.

El Sábado está en el corazón mismo del Triduo Pascual. Entre la muerte del Viernes y la resurrección del Domingo nos detenemos en el sepulcro. Un día puente, pero con personalidad. Son tres aspectos – no tanto momentos cronológicos – de un mismo y único misterio, el misterio de la Pascua de Jesús: muerto, sepultado, resucitado.

«…se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo…se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, es decir conociese el estado de muerte, el estado de separación entre su alma y su cuerpo, durante el tiempo comprendido entre el momento en que Él expiró en la cruz y el momento en que resucitó. Este estado de Cristo muerto es el misterio del sepulcro y del descenso a los infiernos. Es el misterio del Sábado Santo en el que Cristo depositado en la tumba manifiesta el gran reposo sabático de Dios después de realizar la salvación de los hombres, que establece en la paz al universo entero».

Antiguamente, este día se solía llamar ‘Sábado de Gloria’, pero la reforma litúrgica de la Semana Santa acometida por el Papa Pío XII (encargada en 1955 a Monseñor Annibal Bugnini) la denominó únicamente como Sábado Santo.

Antes la gente acostumbraba llamarlo Sábado de Gloria porque la celebración de la Vigilia de la Resurrección, que simboliza “la apertura de la gloria”, se realizaba ese día en la mañana. El que se realizara la Vigilia temprano se debía que existía una norma eclesiástica rígida que obligaba a un ayuno prolongado antes de recibir la comunión. Ese ayuno comenzaba a las doce de la noche del día anterior y en ese lapso no era permitido ni siquiera beber agua.

Desde 1963 esa norma ya no se aplica, debido al Concilio Vaticano II y su Reforma Litúrgica, que señala que se puede comulgar sólo si se ha ayunado al menos por una hora.

Gracias a este cambio el Sábado Santo se vive como un día de luto y no de festejo, hasta la hora debida, es decir, hacia la medianoche, donde se puede celebrar la Vigilia Pascual en la cual renovamos nuestra fe y nos llenamos de júbilo por la resurrección de Jesús.

El Lucernario

El acto religioso, considerado el más importante en el año litúrgico, está cargado de simbolismo. Los creyentes se reúnen ya sea al final de la tarde o en la noche, frente a una fogata, de la cual el sacerdote obtiene fuego para encender el cirio.

Luego los feligreses encienden sus velas e inicia la procesión.

Al llegar al templo, que está a oscuras, los católicos lo iluminan con la luz de las velas. Al entrar todos, se enciende las lámparas y se canta a una sola voz el Pregón Pascual.

Y como dice el profeta Isaías, “el Mesías trae también la luz y Él mismo es Luz”. Cristo al disipar las tinieblas del mal, llama a los hombres a la luz de la verdad. “Una conducta inspirada en el amor es el signo de que se está en la luz”, dice el apóstol San Juan.

El fuego bendecido en el lucernario, simboliza la acción fecundante, purificadora e iluminadora del la fuerza de Cristo Resucitado.

La cita bíblica que representa la Pascua para los católicos es lo que escribió San Pablo en la primera carta a los Corintios 15, 14: “si Cristo no hubiera resucitado, vana seria nuestra fe” .

El cirio pascual

El cirio más importante es el que se enciende en la Vigilia Pascual como símbolo de Cristo Luz, y que sitúa sobre una elegante columna o candelabro adornado.

El Cirio Pascual está marcado con el año en que se está celebrando la Pascua, y significa que Cristo está aquí ahora, como lo ha estado en el pasado y en el futuro. Se marca con una cruz para indicar el signo de salvación y que la luz sigue viva a pesar de la muerte.

Lleva unos clavos para simbolizar las cinco heridas que sufrió Jesús durante la Pasión y unos granos de incienso que simbolizan el sacrificio de Cristo.

También, el cirio tiene unas letras griegas muy bien marcadas: alfa y omega, que indica que Cristo es el comienzo y fin de todas las cosas y que su palabra es eterna. El color blanco significa luz, fiesta, alegría.

La palabra cirio viene del latín “cereus”, de cera. Al hablar de las candelas, se alude al uso humano y al sentido simbólico de la luz que produce los cirios, también en la liturgia cristiana.

El cirio es también un memorial de la Pascua, y a partir de esta noche, se enciende los 50 días de Pascua para significar la presencia viva de Cristo resucitado en medio de los suyos. Se enciende también durante los bautismos, confirmaciones, funerales y actos litúrgicos importantes para indicar que Cristo es luz y vida.

Concluye que la Pascua “es tan importante que su celebración dura 50 días que se han de celebrar con inmensa alegría y júbilo, como si se tratara de un solo y único día festivo, como un gran domingo”.

Entonces… ¿Qué se debe hacer el Sábado Santo?

Ya que se recuerda el dolor de María tras la muerte de Jesús, es un día que debe destinarse al silencio, luto y reflexión. Acciones que realizaron la propia Virgen María y los discípulos.

Por lo que se espera de los creyentes guardar silencio, evitar peleas y discusiones, apartarse de diversiones y fiestas, para respetar el luto.

Es el único día del año en que la Iglesia hace silencio de manera consciente sobre la resurrección del Señor; por lo que se espera que haya una reflexión profunda sobre los actos buenos y malos que se realizan a diario.

La noche del Sábado Santo da lugar al lucernario.

DOMINGO DE RESURRECCIÓN

Domingo de Resurrección

El Domingo de Resurrección, conocido también como Domingo de Pascua, conmemora la resurrección de Jesucristo al tercer día después de su crucifixión y su primera aparición ante sus discípulos. Es un día de suma alegría para los fieles y es interpretado como la esperanza de una nueva vida.

El Domingo de Resurrección es la fiesta más importante para todos los católicos, ya que con la Resurrección de Jesús es cuando adquiere sentido toda nuestra religión.

Cristo triunfó sobre la muerte y con esto nos abrió las puertas del Cielo. En la Misa dominical recordamos de una manera especial esta gran alegría. Se enciende el Cirio Pascual que representa la luz de Cristo resucitado y que permanecerá prendido hasta el día de la Ascensión, cuando Jesús sube al Cielo.

La Resurrección de Jesús es un hecho histórico, cuyas pruebas entre otras, son el sepulcro vacío y las numerosas apariciones de Jesucristo a sus apóstoles.

Cuando celebramos la Resurrección de Cristo, estamos celebrando también nuestra propia liberación. Celebramos la derrota del pecado y de la muerte.

En la resurrección encontramos la clave de la esperanza cristiana: si Jesús está vivo y está junto a nosotros, ¿qué podemos temer?, ¿qué nos puede preocupar?

Cualquier sufrimiento adquiere sentido con la Resurrección, pues podemos estar seguros de que, después de una corta vida en la tierra, si hemos sido fieles, llegaremos a una vida nueva y eterna, en la que gozaremos de Dios para siempre.

Llénate de Alegría, ¡ Cristo Vive !

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